Por: Jesús Limón
Mérida, Yucatán, 4 de noviembre de 2022.- La nación mexicana, desde su independencia, ha recurrido al estamento militar para que determinada facción política logre el control del país.
Iturbidistas, santanistas, juaristas, lerdistas se apoyaron siempre en los militares para tener la hegemonía sobre las facciones contrarias a su proyecto de gobierno.
La inseguridad que diversas provincias mexicanas experimentaron en el siglo XIX, así como los salteadores de caminos y famosos bandidos que se convirtieron en un problema de seguridad pública fueron combatidos por militares, a diferencia de naciones como Inglaterra o Francia que contaban con cuerpos de policía muy similares a los de la actualidad.
Con la llegada del segundo imperio y, por razones obvias de la intervención, el emperador basó su fuerza, al principio, con el ejército francés para perseguir a los juaristas y mantener el control de la seguridad en los territorios ocupados hasta ese momento.
Conforme la situación en Europa se complicaba para Francia, la fuerza que le quedó a Maximiliano de Habsburgo fue el del ejercito conservador y algunos militares austriacos, belgas y húngaros, los cuales hacían las funciones de mantener a los poblados libres de bandoleros, situación que pocas veces lograban.
Es en esa época que nacen personajes pintorescos como “Los bandidos de Rio Frío” dedicados a asaltar diligencias que hacían viajes entre México y Veracruz que llevaban mercancías valiosas y pasajeros ricos, botines apetecibles para estos bandoleros.
Más de 100 años después, ese tramo de camino entre la capital y Veracruz sigue siendo igual de peligroso que en el siglo XIXI.
Con la restauración de la República y ante el triunfo liberal, Benito Juárez trató de imponer la paz en el país con la fuerza militar.
Una nación tan grande y dispersa, después de una guerra civil, presentaba un panorama de caos, anarquía, pobreza, circunstancias que propiciaron la aparición de grupos delictivos, muchas veces provenientes de los grupos licenciados del ejercito juarista, que redujo a las fuerzas a un 20% al término de la guerra con los franceses.
Ese grupo de hombres, sin más conocimiento que las armas, eran ex militares que se dedicaron a cometer toda clase de excesos en contra de diferentes poblaciones, según sus zonas donde dominaron en la época de la intervención.
Las exiguas fuerzas del gobierno jamás pudieron tener el control del territorio, lo mismo en los últimos años del juarismo como en los primeros del presidente Sebastián Lerdo de Tejada.
Aunado a eso, las rebeliones surgían por todo el país contra ambos gobiernos, la más importante la encabezada por el Gral. Porfirio Díaz.
Entre 1870 y 1880 los robos a las grandes haciendas, a las incipientes fábricas o minas, asaltos a las diligencias en los diversos caminos de la capital hacia las grandes ciudades como Veracruz, Puebla, Zacatecas, Guadalajara, Querétaro o San Luis Potosí, eran una constante y la población estaba harta.
Fue en esa época cuando surgieron diversas guardias blancas pagadas principalmente por los hacendados, mineros o los propietarios de las primeras fábricas de textiles, grupos que muchas veces eran integradas por los antiguos salteadores o militares que habían sido parte de las fuerzas federales.
(Continuará)