Joan Serra Montegut es un síntoma. Un reflejo del Yucatán que hemos permitido que se convierta en un paraíso de impunidad para los extranjeros mientras nuestros propios migrantes son perseguidos como criminales en otras latitudes.
Recordemos la escena Joan entró a un café en Mérida, insultó a una mujer, la amenazó de muerte, rompió objetos para intimidarla y dejar claro que, si la ley lo toca, tiene contactos que pueden hacer que desaparezca. Todo esto registrado, documentado. Y, sin embargo, lo único que pagó fue una multa irrisoria de ocho mil pesos. Menos de lo que un turista europeo gasta en un fin de semana en la Riviera Maya.
Este es el Yucatán de los extranjeros. Un país donde la ley es dura para los de casa y complaciente para los de fuera.
Aquí Joan Serra Montegut hoy camina libre. La justicia se pagó en efectivo, como quien paga un paquete de 3 días y dos noches con todo incluido.
¿Cómo llegamos a esto?
La impunidad con la que algunos extranjeros actúan no es coincidencia. Es el resultado de décadas de sumisión disfrazada de hospitalidad. Nos enseñaron a ver al europeo y al estadounidense como una presencia benévola, como alguien que “trae progreso”, que genera empleos, que mejora la economía. Pero la realidad es otra.
Nos hemos convertido en un país donde el migrante pobre es criminalizado y el extranjero rico es celebrado. Si eres hondureño, salvadoreño, guatemalteco y cruzas el Suchiate, se te espera con palos y gas lacrimógeno. Pero si eres español, francés o canadiense, puedes invadir playas, encarecer viviendas, humillar a los locales, destruir ecosistemas y, como en este caso, amenazar de muerte a una mujer sin mayores consecuencias.
México para los extranjeros, la ley para los mexicanos.
Nos vendieron la idea de que recibir extranjeros es señal de desarrollo, de que ser un destino atractivo para los jubilados europeos nos pone en el mapa del “primer mundo”. Pero lo que realmente hemos hecho es entregar nuestra tierra, nuestras leyes y nuestra dignidad. Nos han convencido de que no somos dueños de nuestro propio país.
Ocho mil pesos. Eso costó la justicia en este caso.
Y mañana será otra historia, otro extranjero, otra víctima, otro caso que se perderá entre trámites y disculpas. Hasta que un día, quizá demasiado tarde, nos demos cuenta de que Yucatán ya no nos pertenece.
Por: Adolfo Calderón Sabido